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Archive for diciembre 2013

Espero.

Deseo que entiendas que todo lo que te ha pasado este año, ha sido para hacerte más fuerte.

Espero que esa pérdida tan dolorosa, de ese ser tan querido, te haya unido más a los tuyos.

Espero que al ver una vida apagarse, valores más que la tuya está encendida.

Espero que ese desamor te haga más crítico y reflexivo para el siguiente.

Espero que esa puerta que este año se ha cerrado, se convierta en una enorme ventana.

Espero que esa amistad que te ha traicionado, te sirva para valorar a los leales y fieles que tienes al lado.

Espero que ese perdón que nunca has pronunciado, se convierta en nuevas oportunidades para poder expresarlo.

Espero que ese perdón que nunca has concedido, te haga tener remordimientos y aceptar el error del otro.

Espero que las metas que no conseguiste en este año, te hagan coger más impulso para realizarlo el siguiente.

Espero que ese distanciamiento familiar quede arreglado con nuevas oportunidades.

Espero que entiendas que esas críticas que has recibido este año, deben llegar a la cabeza, pero nunca al corazón.

Espero que esa persona que te hizo sentir inferior, quede muy lejos de tu alcance.

Espero que te midas por las veces que has sido capaz de levantarte, y no por las veces que has caído.

Espero que cada vez que te has mirado al espejo, y no te ha gustado lo que has visto, hayas recordado que hasta la mariposa más bonita, a veces sigue sintiéndose gusano.

Espero que recuerdes que un delfín es el más veloz del agua, pero no subiría una montaña más rápido que un caracol.

Espero que todos los momentos bajos de salud que has vivido, te hagan recordar la importancia de una dieta sana, equilibrada.

Espero que sepas que cada vez que tu cuerpo se queja después de un gran esfuerzo, te está pidiendo más ejercicio.

Espero que eches de menos a las personas que te han dejado este año, pero no te olvides de los que te siguen acompañando.

Espero que ese viaje que no has podido hacer, lo hagas este año, el doble de días.

Espero que sea mañana cuando decidas dejar de fumar.

Espero que empieces a valorar más tu cerebro, y menos tu talla.

Espero que valores a la gente por lo que te aporta y se comporta, y no por su color de piel, o idioma al nacer.

Espero que estés de acuerdo con la idea del respeto e igualdad, independientemente si le gusta pasear con ella, o con él.

Espero que entiendas que una mascota no sólo es un animal, y empieces a tratarlos como a un miembro de la familia más.

Espero que si tienes la suerte de mantener a tus padres, los disfrutes y quieras cada día de tu vida.

Espero que si tienes la fortuna de tener un hermano pequeño, le guíes y apoyes en todas sus decisiones.

Espero que si tienes miedo, seas capaz de darle cara y vencerlo.

Espero que tomes decisiones.

Espero que te arriesgues.

Espero que te equivoques, y tengas la brillantez de aprender de ello.

Espero que aciertes, y te premies.

Espero que seas justo, y reconozcas tus defectos.

Espero que seas injusto, y ensalces tus virtudes.

Espero que sonrías más.

Espero que bailes más.

Espero que leas más.

 

Espero que tengas presente que empieza un año nuevo.

Espero que no esperes que el año nuevo cambie.

Espero que cambies tú.

 

Feliz año nuevo.

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Teresa

Teresa era una de esas personas que había crecido con la idea, mal infundada, que la vida merecía la pena si tenías a un hombre al lado con el que compartirla, exprimirla, abrazaros, haceros el amor durante mil horas, y pasar días en el sofá, con la manta, viendo películas de Sandra Bullock y Meg Ryan.

Sin embargo, su currículum no ofrecía una pauta coherente a esta idea.

Había exprimido su adolescencia, había conocido a chicos, bebido hasta perder el conocimiento, amanecido en camas de extraños, fumado marihuana, probado la cocaína, que por aquellos años 90 eran lo más de lo más.

Pero una vez su espejo ya dejaba de esconder sus 35 años, su metro sesenta de estatura, y sus 60 kilos bien repartidos, Teresa empezaba a notar el peso de una sociedad que señala y estigma a los solteros de más de treinta años, el peso de una familia llena de sobrinos, primos, nietos, hijos e hijas casados e inmortalizados en largas e infinitas postales navideñas.

Aún recuerda cuando quiso hacer la gracia la Navidad del 2008, mandando una postal de ella y su perrita Estela, donde decía: “La soltería es un estilo de vida igual de válido que la zoofilia, os deseamos Feliz Navidad”. En el momento le pareció gracioso, y cuando, entre copas, lo comentaba con sus amigas, todas, a cada cual más borracha, creían que era una idea excelente.

Sin embargo el resto de su familia no pensó lo mismo. “Esto va directamente a la basura, como tu moral”, decía una madre roja de rabia e ira. Solo Sergio, su primo homosexual que vivía en Londres, contestó con un “¿Cuál de las dos es más perra? ¡Besos!”. A este paso sólo las solteras y los homosexuales me van a entender, decía Teresa, que observaba como sus tetas cada vez estaban más cerca del ombligo que del cuello.

En una de esas noches de fiesta, dolor de pies, y olor a tabaco, Teresa encontró un papel doblado en el asiento del autobús que la llevaría directamente a su cama. Agarrando el papel, pudo leer “¿Quieres hacer tus sueños realidad?”, inmediatamente dejó de leer, pensando “Yo lo que quiero es un jodido novio decente”.

Se quedó dormida, y al abrir los ojos, ahí estaba, frente a ella, el conductor del autobús. Teresa miró a su alrededor, era oscuro, un largo río recorría el sendero paralelo de la carretera, un gran bosque adornaba el río, y una sonrisa radiante iluminaba el rostro del conductor.

–          ¿Dónde estoy? – preguntó Teresa.

–          ¡No lo sé! Tú me has llamado… – dijo el conductor del autobús.

–          ¿Yo? – dijo una extrañada Teresa, cada vez más presa del pánico.

–          ¡Exacto! Has dicho que querías hacer realidad tus sueños, y has deseado un novio ¿no es cierto? – dijo el autobusero sin dejar de sonreír.

–          ¿Y ese eres tú? – dijo Teresa, barajando cada vez más la posibilidad de ser víctima de violación.

–          ¡Ya te gustaría! ¡Vamos, baja!

Teresa bajó del autobús, y, sin saber muy bien porqué, siguió a ese extraño hombre, que no debía medir más de metro cincuenta.

El hombre se acercó al río, y extrajo del interior del río un papel, perfectamente seco y liso. Se lo acercó a Teresa, y le dejó unos minutos para que lo leyera.

Teresa no daba asombro a lo que veía, ese manuscrito explicaba toda la vida de Teresa, desde su primera menstruación, hasta su mejor día en la escuela, pasando por peleas con la familia, amigos, profesores…

–          ¿Cómo sabes todo esto? – dijo ella.

–          Lo sabes tú. Es tu historia ¿Quieres encontrar el amor? – dijo el autobusero.

–          ¡Por supuesto! Pero todo esto es tan extraño… – se lamentaba Teresa.

–          Es extraño porque se escapa de tu rutina ¡Cómo sois! En cuanto se os ofrece algo diferente de vuestra rutina, os empeñáis en analizarlo, justificarlo, racionalizarlo, en vez de disfrutarlo… ¿quieres un novio? – repitió el extraño hombre.

–          ¡Sí!

El autobusero entonces le explicó que debería pasar una serie de pruebas, requisitos, para ver si era válida para un apuesto hombre. Dicho esto, apareció del interior del bosque un hombre, era alto, fuerte, moreno, con unos ojos verdes preciosos, compartía todo con Teresa, mismos gustos, mismas ambiciones, la idea de una familia, le gustaban los animales, y no concebía estar un día sin hacerle el amor a su Teresa, el amor de su vida.

Teresa rápidamente se concienció, haría lo que fuera necesario para conseguir a ese hombre, que ya quería y deseaba con locura.

El autobusero explicó que para realizar la primera prueba, Teresa debía perder la mitad de sus kilos, y debería pasar por una operación de culo, pecho, y labios.

A ella no le importó, siempre pensó que le sobraban un par de kilitos, y bien mirado, un buen par de tetas le ayudaría a contentar a su hombre. Aceptó enseguida.

–          ¿Por qué lo haces? – preguntó el autobusero.

–          ¡Para conseguir al amor de mi vida! – dijo Teresa, orgullosa.

La segunda prueba consistía en teñir y cortar su pelo. Teresa siempre había pensado que su pelo era lo mejor que tenía, de hecho le hacía sentirse como una especie de Jennifer Aniston, aunque menos rica, y menos guapa, aunque compartían la misma suerte en el amor.

Entonces miró a su hombre, con el que empezaba a verse cada vez más cercana. Y aceptó.

–          ¿Por qué lo haces? – pregunto el extraño hombre de metro cincuenta.

–          ¡Sólo es pelo! ¡Crecerá!

Miró a su hombre, y vio como su sonrisa aumentaba, al igual que sus pantalones.

La tercera prueba consistía en romper con su familia y amigos. Esto a Teresa le costó un poco más, sentía una mezcla de miedo y remordimientos. Entonces el autobusero le mostró unas imágenes de cómo sería su vida al lado de ese hombre. Sólo necesitó ver tres segundos de imágenes para aceptar.

–          ¿Por qué lo has hecho? – volvió a preguntar él.

–          ¡Porque es mi vida con él lo que quiero! – dijo ella.

La cuarta prueba tenía que ver con su trabajo. Tenía que dejarlo.

–          ¿Dejar mi trabajo? ¿Y qué haré? – preguntó Teresa alarmada.

Fue entonces cuando ese hombre de ojos verdes habló por primera vez, acercándose a Teresa, y agarrándole las manos, le dijo:

–          Cuidarme, proteger nuestro hogar y encargarte de dar una casa digna y limpia para nuestros pequeños hijos, que te querrán más que a nadie, pero menos que yo.

Teresa no necesitó escuchar nada más. Aceptó.

Una vez salieron del bosque, el autobusero le enseñó a Teresa una pequeña cabaña, donde, una vez dentro, pudo ver a tres mujeres, todas parecidas a la actual Teresa, rubias, pelo corto, tetas más grandes que el culo. Reían y bebían vodka en lujosas copas. Teresa no entendía nada. Entonces, el autobusero dijo:

–          Estás muy cerca de conseguirlo, esta es la última prueba. Debes ver como tu hombre mantiene relaciones sexuales con estas mujeres – dijo el hombre.

–          ¿Cómo? ¿Estás loco? – dijo una histérica Teresa.

–          ¿Loco yo? ¡Qué curioso! ¿Te rindes entonces? ¿Le puedo decir al hombre que vuelva al bosque del que ha venido?

–          ¡No! ¡No! Espera… – dijo una pensativa Teresa.

Entonces pensó que una vez pasado ese bache, ya sería suyo, de nadie más, y que bien mirado, aún no eran pareja, eran solteros, y podían tener las relaciones sexuales que quisieran. Aceptó.

–          ¡Enhorabuena Teresa! Has superado todas las pruebas – dijo el autobusero.

–          ¡Perfecto! ¡Estoy lista! ¡Quiero irme con él! – decía una nerviosa y excitada Teresa, pensando ya en la cara de sus amigos y familiares al verle llegar con él.

–          ¿Qué piensas? – dijo el autobusero.

–          En la cara que pondrán mis amigos y familiares cuando… – empezó Teresa.

–          Espera, espera… no tienes amigos, ni familia, tú renunciaste a eso… – dijo el autobusero.

Teresa entonces pensó que quizá había metido la pata. Fue entonces cuando se acercó al río y se vio reflejada. Era una mujer completamente diferente. Su pelo era falso, al igual que sus pechos, su culo, su vientre…

–          ¿Dónde está mi hombre? – preguntó Teresa enfadada.

–          No está, ha salido con unas amigas… – dijo el autobusero.

–          ¿Cómo? ¡Exijo que venga ahora mismo! – dijo Teresa, más triste que enfadada ahora.

–          ¡No podrá ser posible! – dijo el autobusero, empezando a sentir lástima por ella.

Fue entonces cuando Teresa pidió al autobusero que la llevara de vuelta a su antigua vida, que ya se encargaría ella de encontrar el amor, pero que no quería formar parte de todo esto, quería sus tetas caídas, sus borrachas amigas, su trabajo, su pesada familia… ella se encargaría de mejorar y encontrar a un hombre decente.

–          No lo entiendes ¿verdad? – dijo el autobusero.

–          ¿El qué? – preguntó Teresa.

–          Tú nunca vas a encontrar el amor… – sentenció el hombre.

–          ¿Cómo? – dijo ella furiosa – ¿Y tú qué sabes?

–          Has cambiado tu aspecto físico por un hombre, tus costumbres, las cosas que te gustaban, tus amigos, tu familia ¡hasta tu trabajo! – dijo él – Incluso has soportado que tuviera relaciones con otras mujeres, mientras tú mirabas y pensabas cómo tener la casa bien limpia y ordenada.

–          ¡Lo he hecho por amor! ¡Por amor! ¿Qué sabrás tú de eso? – dijo ella llorando.

–          Sé que nunca vas a encontrar el amor.

–          ¿Por qué?

–          ¡Porque no te quieres a ti misma!

 

Teresa despertó en el mismo autobús. El vehículo recorría la carretera tan conocida por ella. Miró a su alrededor y vio a gente dormida, esperando llegar también a casa.

Necesitaba bajar de ese autobús, así que rápidamente solicitó la siguiente parada, y bajó veloz, asustada, le faltaba el aliento. Ha sido un sueño, se decía, solamente un sueño. Pensó en ir caminando a casa, así le daría el aire y se despejaría.

Al iniciar veloz la marcha, chocó contra un hombre, tirando sus papeles al suelo.

–          ¡Perdón! ¡Perdón! – dijo ella, agachándose a recoger los papeles del extraño hombre con el que había chocado.

Recogiendo los papeles, pudo ver un libro que rezaba “Quiérete”. Levantó la vista, y pudo ver a aquel hombre, de no más de metro cincuenta, recogiendo sus papeles, sonriendo, feliz, tranquilo.

Ambos se miraron, ella le dio los papeles recogidos. Él le dio las gracias. Ella empezó a caminar, dudosa de entablar conversación con ese hombre, extrañada, asustada, cuando el hombre le dijo:

–          Muchas gracias,  y Feliz Navidad.

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Perdón.

María lleva más de 3 años discutiendo con su pareja, y la rutina de peleas, insultos y faltas de respeto es tan grande, que ya ha llegado al cruel punto de acostumbrarse. No le afecta, no le duele, y cuando las faltas de respeto pasan los límites, ninguno de ellos es consciente. No duele, por lo tanto no hay freno.

Ella va a ver semanalmente a su terapeuta, donde se queja de la crueldad y frialdad de su pareja, sus gritos, sus faltas de respeto, sus insultos…

María no es consciente de un valor básico en toda convivencia y sociedad: la empatía.

¿Te duele escucharlo? – pregunta el terapeuta.

¡Por supuesto! ¿A ti no te dolería? – responde ella enojada.

Mucho, por eso no lo digo, porque a mí no me gustaría escucharlo.

Pero

María entonces empieza a ser consciente que no le duele insultar y discriminar, pero sí le duele que se lo hagan a ella. Al igual que a ella no le duele decirlo, quizá a su pareja sí le duela escucharlo.

A las dos semanas viene hinchada como un globo, contenta, respetuosa, tranquila…

He hecho las paces con mi pareja”, anuncia ella.

¿Os habéis disculpado? – pregunta el terapeuta.

¡No ha hecho falta! Entre nosotros no es necesario… – responde ella.

Pablo lleva más de 12 años siendo amigo de David. Ambos se conocen desde pequeños, han crecido juntos, se han metido en sus primeros problemas juveniles juntos, han pasado juntos la pérdida de su virginidad, su primer amor, su primer desamor, su primer trabajo…

Pero la amistad entre Pablo y David cada vez es menos real, y más angustiosa. No se quieren, no se respetan, no se tienen en cuenta para las cosas realmente importante. Pero claro ¡cualquiera es capaz de tirar por la borda una relación de amistad de más de 12 años!

Pablo se sienta delante del terapeuta, y comenta la larga e infinita lista de defectos de su amigo David, las veces que le ha fallado, las veces que le ha necesitado y no ha estado.

Entonces el terapeuta le pone en la siguiente situación:

Él te ha fallado mucho, por lo que me cuentas, te falta el respeto, te deja tirado, habla mal de ti cuando tú no estás, no te llama cuando le necesitas, pero sí cuando él quiere ir a tomarse un trago, te humilla, te compara… ¿te has planteado por qué te haces esto a ti mismo? Quiero decir, si eres tan buen amigo, y nunca le has fallado ¿por qué crees que te mereces que él te lo haga a ti?

Es entonces cuando el ego de Pablo llega al techo, y responde: “No te creas que yo soy un santo, yo también me he portado mal, por ejemplo…

Tras enumerar la larga lista, el terapeuta le pregunta si no cree que es un tema mútuo, y que ambos deben disculparse, y hablar de sus puntos fuertes a reforzar, y los débiles a limar.

Al cabo de 7 días Pablo vuelve a la consulta, contento de haber arreglado todo con su amigo. Cuando el terapeuta le pregunta cómo ha sido ese momento, Pablo responde que no hizo falta decir nada, que ambos se abrazaron, y dijeron que tenían que arreglar las cosas. Y fin. Arreglado.

Laura lleva más de 3 meses sin hablar realmente con su madre. Cuando se ven para comer, hablan de los niños, del tiempo, de la televisión… Ambas esperan una disculpa que nunca va a llegar.

Ramón dejó a Mónica hace 7 años. Ambos hoy presumen de tener una relación de amistad y cariño. Pero tras cada quedada, Mónica llega furiosa a casa sin saber muy bien por qué. No es consciente que necesita un perdón de Ramón.

Cristina se siente afortunada de tener los hijos que tiene, eso no siempre fue así. Arturo, cuando sólo tenía 15 años, fui descubierto consumiendo droga. Un tiempo después, con la ayuda del terapeuta, Arturo consiguió volver a su camino, libre de drogas y ataduras innecesarias.

Cristina ahora es posesiva, autoritaria y controladora. No sabe por qué le enfada tanto que su hijo tome ya sus propias decisiones.

No es consciente que necesita escuchar un perdón por parte de Arturo.

Lo mismo ocurre con Pedro y su novio Julio.

Lo mismo ocurre con María y su hermana Carmen.

Lo mismo ocurre con Maitane y su amiga de Universidad Carla.

Una de las ventajas de mi trabajo, es que cada día, a cada hora, te pone en situaciones donde quieras o no, haces un crecimiento personal, una limpieza de ego, una lección de humildad.

Tengo la gran suerte y fortuna de trabajar con niños pequeños, adolescentes, adultos, terapias de pareja… y sin ninguna duda, a día de hoy tras más de 7 años trabajando en esto, puedo decir que es de los pequeños de quienes más aprendo, más me nutro.

El otro día, realizando a un grupo de 20 niños una explicación sobre cómo sería una prueba que llevaríamos a cabo el último día de colegio, vi que Claudia, una de las alumnas, hablaba y, además, hacía que el resto de compañeros sentados cerca de ella se distrajeran de la explicación.

La conversación fue algo parecido a esto:

– Yo: Luego tendrás problemas con la prueba, y vendrás a preguntarme, no te contestaré, y te enfadarás.

– Ella: ¡Me da igual!

– Yo: Me parece perfecto que te de igual, pero al menos respeta a los que están atentos.

– Ella: ¡Bah!

– Yo: ¿Qué respuesta es esa? Es que yo no entiendo los sonidos como respuestas ¿me lo puedes explicar?

– Ella: ¡Que da igual!

– Yo: ¿Te da igual?

– Ella: .

– Yo: Pues te voy a ayudar, ya que te da igual, que te dé igual en el pasillo… fuera.

– Ella: Pero

– Yo: Fuera.

En ese momento, cabizbaja, Claudia se levantó de su silla y se fue fuera de clase. La acompañé, y con una sonrisa en la cara le dije que cuando estuviera dispuesta a respetar a sus compañeros, y, sobre todo, cuando ya no le dé igual, que está invitada a entrar.

Al cabo de un rato, al no aparecer, salgo fuera y me la encuentro llorando, sentada en el suelo.

Sonriendo le aparto los pelos de la cara, y le pregunto cuál es el problema. Ella me contesta que me ha hecho enfadar, y no quería hacerlo.

Me río, con esa risa que sé que le voy a hacer que se sienta mejor, y se una a mi alegría.

¡Pero yo no estoy enfadado! ¿Me ves enfadado? – le digo.

Me has echado de clase – contesta Claudia.

Sí, te he echado de clase porque es un lugar de trabajo, y no lo estabas haciendo ¿verdad que si no vas a nadar, no vas a la piscina? – le pregunto.

No

Pues lo mismo.

Rápidamente Claudia se pone a llorar de nuevo, esta vez cogiéndome la mano. Esta vez me siento a su lado, y le pregunto qué va mal, qué ocurre. Levanta la mirada, y sin ninguna duda me dice:

Te he faltado al respeto, y lo siento mucho. Porque yo te respeto mucho. Perdóname.

Directa, clara, sincera, sencilla.

Esto me llevó a realizar la reflexión de lo difícil y complicados que somos los adultos.

Más de la mitad de nuestros problemas se solucionaría con un sencillo, sincero y humilde “Perdón”.

Una de las ventajas del perdón es que es relajante, calmante, y aumenta la autoestima y la seguridad ¡A ambos! Ya que se ha descubierto que no solamente el que escucha las palabras es el que se siente recompensado. También el que las dice se siente satisfecho, contento, desahogado, y en paz consigo mismo.

Parece que los adultos evitamos esas palabras, y para ello intentamos pedirlo de formas mucho más confusas y difíciles. Es por eso que muchos de nuestros conflictos emocionales no quedan resuelto a lo largo de la vida.

No pedimos perdón.

No nos pedimos perdón a nosotros mismos.

Un perdón alejado de la imagen de las manos juntas y de rodillas, pues parece una imagen sumisa, arrastrada, dolorosa. Pedir perdón con la cabeza alta, seguro, sincero, sonriendo. Querer hacerlo mejor. Querer pedirlo de verdad.

María finalmente dejó a su pareja.

Pablo y David llevan más de 2 años sin verse ni llamarse.

Pedro y Julio conviven en una relación de pareja tóxica basada en la incoherencia y la infidelidad.

María y su hermana Carmen pasarán con éste 3 Navidades sin verse.

Maitane y su amiga de Universidad, Carla, cada día se llevan peor.

Claudia sacó un 7,5 en el examen.

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