Teresa era una de esas personas que había crecido con la idea, mal infundada, que la vida merecía la pena si tenías a un hombre al lado con el que compartirla, exprimirla, abrazaros, haceros el amor durante mil horas, y pasar días en el sofá, con la manta, viendo películas de Sandra Bullock y Meg Ryan.
Sin embargo, su currículum no ofrecía una pauta coherente a esta idea.
Había exprimido su adolescencia, había conocido a chicos, bebido hasta perder el conocimiento, amanecido en camas de extraños, fumado marihuana, probado la cocaína, que por aquellos años 90 eran lo más de lo más.
Pero una vez su espejo ya dejaba de esconder sus 35 años, su metro sesenta de estatura, y sus 60 kilos bien repartidos, Teresa empezaba a notar el peso de una sociedad que señala y estigma a los solteros de más de treinta años, el peso de una familia llena de sobrinos, primos, nietos, hijos e hijas casados e inmortalizados en largas e infinitas postales navideñas.
Aún recuerda cuando quiso hacer la gracia la Navidad del 2008, mandando una postal de ella y su perrita Estela, donde decía: “La soltería es un estilo de vida igual de válido que la zoofilia, os deseamos Feliz Navidad”. En el momento le pareció gracioso, y cuando, entre copas, lo comentaba con sus amigas, todas, a cada cual más borracha, creían que era una idea excelente.
Sin embargo el resto de su familia no pensó lo mismo. “Esto va directamente a la basura, como tu moral”, decía una madre roja de rabia e ira. Solo Sergio, su primo homosexual que vivía en Londres, contestó con un “¿Cuál de las dos es más perra? ¡Besos!”. A este paso sólo las solteras y los homosexuales me van a entender, decía Teresa, que observaba como sus tetas cada vez estaban más cerca del ombligo que del cuello.
En una de esas noches de fiesta, dolor de pies, y olor a tabaco, Teresa encontró un papel doblado en el asiento del autobús que la llevaría directamente a su cama. Agarrando el papel, pudo leer “¿Quieres hacer tus sueños realidad?”, inmediatamente dejó de leer, pensando “Yo lo que quiero es un jodido novio decente”.
Se quedó dormida, y al abrir los ojos, ahí estaba, frente a ella, el conductor del autobús. Teresa miró a su alrededor, era oscuro, un largo río recorría el sendero paralelo de la carretera, un gran bosque adornaba el río, y una sonrisa radiante iluminaba el rostro del conductor.
– ¿Dónde estoy? – preguntó Teresa.
– ¡No lo sé! Tú me has llamado… – dijo el conductor del autobús.
– ¿Yo? – dijo una extrañada Teresa, cada vez más presa del pánico.
– ¡Exacto! Has dicho que querías hacer realidad tus sueños, y has deseado un novio ¿no es cierto? – dijo el autobusero sin dejar de sonreír.
– ¿Y ese eres tú? – dijo Teresa, barajando cada vez más la posibilidad de ser víctima de violación.
– ¡Ya te gustaría! ¡Vamos, baja!
Teresa bajó del autobús, y, sin saber muy bien porqué, siguió a ese extraño hombre, que no debía medir más de metro cincuenta.
El hombre se acercó al río, y extrajo del interior del río un papel, perfectamente seco y liso. Se lo acercó a Teresa, y le dejó unos minutos para que lo leyera.
Teresa no daba asombro a lo que veía, ese manuscrito explicaba toda la vida de Teresa, desde su primera menstruación, hasta su mejor día en la escuela, pasando por peleas con la familia, amigos, profesores…
– ¿Cómo sabes todo esto? – dijo ella.
– Lo sabes tú. Es tu historia ¿Quieres encontrar el amor? – dijo el autobusero.
– ¡Por supuesto! Pero todo esto es tan extraño… – se lamentaba Teresa.
– Es extraño porque se escapa de tu rutina ¡Cómo sois! En cuanto se os ofrece algo diferente de vuestra rutina, os empeñáis en analizarlo, justificarlo, racionalizarlo, en vez de disfrutarlo… ¿quieres un novio? – repitió el extraño hombre.
– ¡Sí!
El autobusero entonces le explicó que debería pasar una serie de pruebas, requisitos, para ver si era válida para un apuesto hombre. Dicho esto, apareció del interior del bosque un hombre, era alto, fuerte, moreno, con unos ojos verdes preciosos, compartía todo con Teresa, mismos gustos, mismas ambiciones, la idea de una familia, le gustaban los animales, y no concebía estar un día sin hacerle el amor a su Teresa, el amor de su vida.
Teresa rápidamente se concienció, haría lo que fuera necesario para conseguir a ese hombre, que ya quería y deseaba con locura.
El autobusero explicó que para realizar la primera prueba, Teresa debía perder la mitad de sus kilos, y debería pasar por una operación de culo, pecho, y labios.
A ella no le importó, siempre pensó que le sobraban un par de kilitos, y bien mirado, un buen par de tetas le ayudaría a contentar a su hombre. Aceptó enseguida.
– ¿Por qué lo haces? – preguntó el autobusero.
– ¡Para conseguir al amor de mi vida! – dijo Teresa, orgullosa.
La segunda prueba consistía en teñir y cortar su pelo. Teresa siempre había pensado que su pelo era lo mejor que tenía, de hecho le hacía sentirse como una especie de Jennifer Aniston, aunque menos rica, y menos guapa, aunque compartían la misma suerte en el amor.
Entonces miró a su hombre, con el que empezaba a verse cada vez más cercana. Y aceptó.
– ¿Por qué lo haces? – pregunto el extraño hombre de metro cincuenta.
– ¡Sólo es pelo! ¡Crecerá!
Miró a su hombre, y vio como su sonrisa aumentaba, al igual que sus pantalones.
La tercera prueba consistía en romper con su familia y amigos. Esto a Teresa le costó un poco más, sentía una mezcla de miedo y remordimientos. Entonces el autobusero le mostró unas imágenes de cómo sería su vida al lado de ese hombre. Sólo necesitó ver tres segundos de imágenes para aceptar.
– ¿Por qué lo has hecho? – volvió a preguntar él.
– ¡Porque es mi vida con él lo que quiero! – dijo ella.
La cuarta prueba tenía que ver con su trabajo. Tenía que dejarlo.
– ¿Dejar mi trabajo? ¿Y qué haré? – preguntó Teresa alarmada.
Fue entonces cuando ese hombre de ojos verdes habló por primera vez, acercándose a Teresa, y agarrándole las manos, le dijo:
– Cuidarme, proteger nuestro hogar y encargarte de dar una casa digna y limpia para nuestros pequeños hijos, que te querrán más que a nadie, pero menos que yo.
Teresa no necesitó escuchar nada más. Aceptó.
Una vez salieron del bosque, el autobusero le enseñó a Teresa una pequeña cabaña, donde, una vez dentro, pudo ver a tres mujeres, todas parecidas a la actual Teresa, rubias, pelo corto, tetas más grandes que el culo. Reían y bebían vodka en lujosas copas. Teresa no entendía nada. Entonces, el autobusero dijo:
– Estás muy cerca de conseguirlo, esta es la última prueba. Debes ver como tu hombre mantiene relaciones sexuales con estas mujeres – dijo el hombre.
– ¿Cómo? ¿Estás loco? – dijo una histérica Teresa.
– ¿Loco yo? ¡Qué curioso! ¿Te rindes entonces? ¿Le puedo decir al hombre que vuelva al bosque del que ha venido?
– ¡No! ¡No! Espera… – dijo una pensativa Teresa.
Entonces pensó que una vez pasado ese bache, ya sería suyo, de nadie más, y que bien mirado, aún no eran pareja, eran solteros, y podían tener las relaciones sexuales que quisieran. Aceptó.
– ¡Enhorabuena Teresa! Has superado todas las pruebas – dijo el autobusero.
– ¡Perfecto! ¡Estoy lista! ¡Quiero irme con él! – decía una nerviosa y excitada Teresa, pensando ya en la cara de sus amigos y familiares al verle llegar con él.
– ¿Qué piensas? – dijo el autobusero.
– En la cara que pondrán mis amigos y familiares cuando… – empezó Teresa.
– Espera, espera… no tienes amigos, ni familia, tú renunciaste a eso… – dijo el autobusero.
Teresa entonces pensó que quizá había metido la pata. Fue entonces cuando se acercó al río y se vio reflejada. Era una mujer completamente diferente. Su pelo era falso, al igual que sus pechos, su culo, su vientre…
– ¿Dónde está mi hombre? – preguntó Teresa enfadada.
– No está, ha salido con unas amigas… – dijo el autobusero.
– ¿Cómo? ¡Exijo que venga ahora mismo! – dijo Teresa, más triste que enfadada ahora.
– ¡No podrá ser posible! – dijo el autobusero, empezando a sentir lástima por ella.
Fue entonces cuando Teresa pidió al autobusero que la llevara de vuelta a su antigua vida, que ya se encargaría ella de encontrar el amor, pero que no quería formar parte de todo esto, quería sus tetas caídas, sus borrachas amigas, su trabajo, su pesada familia… ella se encargaría de mejorar y encontrar a un hombre decente.
– No lo entiendes ¿verdad? – dijo el autobusero.
– ¿El qué? – preguntó Teresa.
– Tú nunca vas a encontrar el amor… – sentenció el hombre.
– ¿Cómo? – dijo ella furiosa – ¿Y tú qué sabes?
– Has cambiado tu aspecto físico por un hombre, tus costumbres, las cosas que te gustaban, tus amigos, tu familia ¡hasta tu trabajo! – dijo él – Incluso has soportado que tuviera relaciones con otras mujeres, mientras tú mirabas y pensabas cómo tener la casa bien limpia y ordenada.
– ¡Lo he hecho por amor! ¡Por amor! ¿Qué sabrás tú de eso? – dijo ella llorando.
– Sé que nunca vas a encontrar el amor.
– ¿Por qué?
– ¡Porque no te quieres a ti misma!
Teresa despertó en el mismo autobús. El vehículo recorría la carretera tan conocida por ella. Miró a su alrededor y vio a gente dormida, esperando llegar también a casa.
Necesitaba bajar de ese autobús, así que rápidamente solicitó la siguiente parada, y bajó veloz, asustada, le faltaba el aliento. Ha sido un sueño, se decía, solamente un sueño. Pensó en ir caminando a casa, así le daría el aire y se despejaría.
Al iniciar veloz la marcha, chocó contra un hombre, tirando sus papeles al suelo.
– ¡Perdón! ¡Perdón! – dijo ella, agachándose a recoger los papeles del extraño hombre con el que había chocado.
Recogiendo los papeles, pudo ver un libro que rezaba “Quiérete”. Levantó la vista, y pudo ver a aquel hombre, de no más de metro cincuenta, recogiendo sus papeles, sonriendo, feliz, tranquilo.
Ambos se miraron, ella le dio los papeles recogidos. Él le dio las gracias. Ella empezó a caminar, dudosa de entablar conversación con ese hombre, extrañada, asustada, cuando el hombre le dijo:
– Muchas gracias, y Feliz Navidad.
Read Full Post »