Sara estaba sentada frente a la chimenea, era uno de los paisajes que más disfrutaba. En su moderna casa ya no existían chimeneas, ni ese banquito con troncos para reavivar el fuego.
Una de las situaciones que más disfrutaba era sentarse frente a ese dragón de fuego con su abuelo, Juan, tapados con una manta hasta el cuello, y quedarse dormida mientras éste le leía sus cuentos favoritos.
En su casa, tan moderna, sus padres contaban con calefacción, con cd’s interactivos de los cuales salían esas voces que contaban interminables cuentos. Sara los odiaba, si tenía alguna duda, o sugerencia sobre el cuento, no podía decir nada, ya que esas voces no le contestaban.
Últimamente pasaba mucho tiempo en casa de su abuelo, ya que su abuela estaba en un centro donde la curaban, o eso le habían explicado sus padres. Muchas veces, escuchando conversaciones ajenas, había oído otras palabras como “salud mental”, “cuidados paliativos” y “Alzheimer”. No entendía nada.
Hacía tiempo que no visitaba a su abuela, se lo tenían prohibido, y ella así lo prefería. No quería verla, lo pasaba fatal, incluso le daba miedo, ver a su abuela preguntarle quién era, dónde estaba, o quiénes eran esas personas que iban a verla.
– Abuelita, soy Sara, tu nieta – dijo ella entre lágrimas.
– ¿Nieta? ¡Soy muy joven para tener nietas! ¡Vete, enana! – contestaba la abuela mientras se peinaba el pelo.
En una de esas noches de cuentos, charlas y caricias, Sara decidió hablar con su abuelo, tenía tantas cosas que preguntar…
– Abuelito – empezó ella – ¿dónde conociste a la abuela?
El abuelo sonrió ante la pregunta de su nieta, y revivió aquella situación…
Recordaba ese momento como si fuera ayer. Él tenía 13 años, y estaba trabajando en el campo de una casa vecina, para así poder pagar las deudas que tenían con ellos. Recordó como en aquel momento, una calurosa tarde de agosto, vio entrar a una niñita en esa casa vecina. La dueña de la casa, Aurora, era maestra, y ya entonces mostraba una clara repulsa hacia el machismo imperante. Así pues, mientras aquella pequeña niña realizaba “tareas domésticas” en el colegio, Aurora le enseñaba a leer, escribir, y oratoria.
– ¿Ya trabajabas con 13 años? – preguntó Sara.
– ¡Desde luego! – contestó sonriendo el abuelo – en aquella época a mi edad ya llevábamos años trabajando.
– ¿Qué es “tareas domésticas”? – dijo la curiosa nieta.
– Afortunadamente tú no lo sabes, pero antes, mientras los niños aprendían a leer, a pelear, y a fumar, las mujeres aprendían a planchar, coser y callar.
– ¿No jugaban a fútbol?
– ¡Nadie jugaba a fútbol! – contestó el abuelo.
Una de esas tardes, Juan entró en casa de su vecino para buscar algo con lo que hidratarse, y entonces se encontró con ella. Su nombre era María, era guapísima, con una sonrisa especial, aunque torcida, y un precioso pelo negro que le llegaba hasta los hombros. Ninguno habló, solo sonrieron, miraron al suelo, y siguieron su camino.
Años después, cuatro exactamente, se reencontraron en las fiestas del pueblo, se enamoraron, y dos años después ya estaban casados.
– Qué rápido todo – dijo Sara extrañada.
– Sí, entiendo que ahora lo veas así, pero antes todo era rápido, no había tanto miedo, tantas paranoias, tantas inseguridades… querías a alguien, y con eso bastaba…
– ¿La abuelita se pondrá bien? – dijo una triste Sara.
– La abuelita está muy bien, sólo que ahora su cabeza está en otro mundo.
Juan explicó a Sara la alegría que sintieron cuando se quedó embarazada. Primero llegó el varón, al que pusieron por nombre Gabriel, y tres años después llegó Marta, la mamá de Sara. Fueron partos sencillos, fáciles y gratificantes para ellos, que aunque nadaban en abundancia económica, les sobraba amor y alegría.
– ¿Tú trabajabas en el campo?
– Así es, nunca tuve oportunidad ni ganas de aprender nada, así que no podía dedicarme a otra cosa. Trabajaba en el campo, cuidaba a los animales, hacía recados para la gente rica y poderosa del pueblo…
– ¿Y la abuelita? – dijo una cada vez más emocionada Sara.
– Ella era lista como tú, así que estudió, y enseñaba a leer a los niños y niñas del pueblo. Además era actriz, y preparaba obras de teatro con los pequeños…
A pesar de eso, no siempre había sido todo tan fácil. Juan recordó aquella vez que le diagnosticaron cáncer de pulmón…
– El abuelito se puso enfermo, y tendrías que haber visto a tu abuelita, cómo me cuidaba, no se separaba ni un segundo de mí, incluso traía a sus alumnos a la habitación para que me leyeran…
Juan se emocionó al recordar aquellos tiempos. María nunca lo dejaba sólo, y nunca le soltaba la mano. Le leía cuentos, le acariciaba el pelo, le besaba la frente, le repetía continuamente que todo iba a salir bien, y que si se iba y la dejaba sola, su castigo sería irse detrás con él, por cobarde.
Le solía recordar su mejor recuerdo, cuando ambos se apuntaron a bailes de salón, y se pasaban horas practicando en el comedor de la casa, en los pasillos, hasta en plena calle. Les encantaba bailar, “es nuestra forma de recordarnos que estamos hechos el uno para el otro, que encajamos”, solía decir María.
Pasaban los años a la misma velocidad que a ella se le iban las fuerzas, el color, el amor… estaba pálida, cada vez más quejosa, más temblorosa, y poco a poco empezó a realizar cosas raras, diferentes… Como coger la ropa y dejarla en la calle, meter la comida en el armario y la leche en el baño… Se asustaba cada vez que se encontraba con Juan en los pasillos, aún sabiendo que vivían juntos.
Juan estaba cada vez más preocupado, y le comentaba a ella su angustia.
– Estoy perfectamente bien – le decía ella.
– ¿Seguro? Te veo diferente, y físicamente estás muy débil…
– Pero aún así podría seguir bailando contigo…
Hasta que un día la evidencia se hizo notar, y María cayó en redondo al suelo.
Juan llamó a sus hijos y a una ambulancia, y rápidamente le trasladaron al hospital. Mil pruebas, mil intervenciones, mil diagnósticos diferentes…
María estaba estable, estaba bien, pero se apagaba, todos lo veían y nadie lo decía. Cada vez tardaba más en reaccionar a ellos, a sus preguntas, a sus comentarios… y nunca sabían decir si estaba triste o contenta, ya que su expresión siempre era la misma.
Un día Juan estaba sentado al lado de ella, medio dormido, cuando ella lo llamó
– Juan ¿estoy bien?
– Claro que estás bien, pronto saldremos de aquí.
– Bailar – dijo ella.
– ¿Cómo dices?
– Prométeme que me llevarás a bailar – lloraba ella.
– Claro que sí, pero antes tienes que recuperarte…
– No, antes necesito saber que sigo encajando contigo. Llévame a bailar…
Hasta que al final fue la realidad quien dio su veredicto…
Juan iba con sus hijos a verla, y nada más entrar María preguntó
– ¿Puedo ayudaros en algo?
– Venimos a verte – contestó la hija.
– ¡Oh! Qué agradable sorpresa ¿quiénes sois?
El caos se hizo patente en la habitación, los tres salieron alarmados, gritando, llorando… se enfrentaban por primera vez a aquello que no querían ver ni asumir.
– Hola amor – dijo Juan – ¿cómo te encuentras?
– Hola, es usted muy directo llamándome amor, pero gracias, estoy bien.
– Me alegro, sólo venía a ver qué tal estabas – lloraba él.
– ¿Por qué lloras? ¿Se ha muerto alguien?
Cada día Juan iba a ver a su María, con la esperanza de que poco a poco se acordase de él, pero ya le advirtieron que eso nunca iba a ocurrir. Un día en que Juan y sus dos hijos estaban visitando a María, la enfermera les llamó para hablar con el doctor.
El doctor habló durante muchísimos minutos sobre intervenciones, pruebas, orientaciones familiares, intervenciones… y Juan estaba ausente de todo aquello, hasta que el doctor comentó que María estaba conectando con su pasado, ya que hablaba de actividades de ocio que posiblemente habría realizado muchos años atrás.
– ¿Qué actividades? – preguntó el hijo.
– Bailar – dijo el doctor – no deja de repetir que necesita bailar.
Las lágrimas de Juan empezaron a brotar, mientras Sara, acariciándole la mano le preguntaba
– Abuelito ¿lloras por la abuelita?
– Sí – contestó él.
– ¿Estás triste porque está enferma?
– No, estoy feliz por haberla conocido.
– Pero abuelito, ella no se acuerdo de nosotros, tampoco se acordará de todo lo que me has contado. No sabe quién eres…
– Pero yo sé quién es ella.