Ana llega tarde a su cita. Entra corriendo en la cafetería de siempre, deja de una manera brusca, casi maleducada, el bolso encima de la mesa, y mira por décima vez el móvil en lo que lleva de día (eran sólo las once de la mañana).
– Estoy hasta el coño. – dice Ana amargada.
Sus amigas se miran, preparándose para lo viene ahora.
– Pasa de él – le dice una – te mereces algo mejor.
– ¿Qué ha pasado ahora? – pregunta la otra, con menos paciencia.
– ¿Que qué ha pasado ahora? – dice Ana deseando explotar.
Ana llevaba 6 meses de relación con Juan, al que conoció en una noche de borrachera y bailes. Resumiendo todo, se conocieron, se enamoraron, y meses después decidieron formalizar su relación. Resulta que ahora, actualmente, Juan se pasa el día criticando a Ana, su forma de vestir, su cara, su nariz, sus gestos, su tono, su forma de andar, su forma de cocinar…
Manipulador y destructor de autoestimas donde los haya, pero lo peor de todo es que Ana empieza a creérselo, y empieza a creer que Juan es demasiado para ella.
– ¿Demasiado para ti? – dice una – es un puto gruñón, y, perdona querida, pero se está quedando calvo.
Aún así Ana empieza a verse cada vez más pequeña, más arrugada, más fea, más gorda… y cada mujer que ve al lado de Juan, le parece mucho mejor que ella. A veces, hasta se arriesga a comentarlo.
– Bueno – dice él – es más guapa que tú, desde luego, y tiene mejores tetas, pero no te preocupes, cariño, quiero estar contigo.
Ante esto Ana no sabe si sonreír o llorar ¿Era un piropo? ¿Era una crítica? No estaba muy segura, pero sabía que era lo más cariñoso que él era capaz de expresar.
Mientras sus amigas hablan, Ana se enciende un cigarro, piensa… quiere decir algo, pero no sabe muy bien el qué. “Gilipollas”, dice ella, aunque, si hubiera encontrado las palabras adecuadas, hubiera dicho: Cromagnon emocional.
Cuando Laura perdonó a Fernando, su novio, la primera infidelidad, pensó que lo peor ya había pasado. Él prometió cuidarla y respetarla toda la vida si le perdonaba. Juró delante de todos que se ganaría de nuevo su amor, asegurándole que haría que cada día valiera la pena, se acabó el tormento, el sufrir, el miedo… le haría ver que eran él, y ella. Nadie más.
Mes y medio después, Laura volvía a estar inquieta, cansada, agobiada y decepcionada con Fernando. Y, por si fuera poco, Fernando seguía teniendo contacto con aquella chica con la que se acostó, cuando horas antes se había despedido de Laura en su puerta.
La impotencia de Laura venía cuando, de forma despreocupada, casi natural, Fernando dejaba caer:
– ¡Qué bien me lo pasé ayer con los amigos! Ojalá eso no hubiera acabado nunca…
– Me alegro que te lo pasaras bien, cariño – dice Laura – verás como se repite pronto.
– Además estaba Claudia, simpatiquísima, muy guapa – dice Fernando.
Primero, Laura piensa que su novio es retrasado mental, y no cae en la cuenta. Luego, cree que sus amigas tienen razón, y tiene la empatía en la planta del pie. Luego escucha a su hermano, que le dice cada día que ese hombre no la quiere, y que se aleje.
– Estás muy seria – dice Fernando, encantado de ver que Laura sigue teniendo miedo de perderle.
– No, no… estaba pensando en mis cosas, estoy triste… – dice Laura, indefensa.
– ¡Ah! Bueno, ya pasará…
“Ya pasará”, y se acabó el tema. “Definitivamente, tiene un poco de todo…” piensa Laura, cada vez más triste, resucitando esos miedos de la infidelidad.
– Tienes que dejarlo – dice su mejor amiga – si te quisiera, y esa zorra de Claudia no fuera nada para él, pasaría de ella.
– Es más – dice la otra amiga – si te respetara, ni te la mencionaría, haría lo posible por evitarte el daño.
– Es simpático cuando quiere… – dice Laura aferrándose a un clavo ardiendo.
– Y un capullo las 24 horas – dice la primera amiga.
Seguramente la primera amiga tiene toda la razón del mundo, pero, si hubieran investigado un poquito más la base conceptual, habrían visto que lo correcto era: Cromagnon emocional.
Julia llega a casa de Mario, su novio, preparada para pasar una buena velada, romántica, pasional, divertida, cariñosa… ¡Ese hombre le volvía loca!
– ¿Qué hacías? – pregunta ella, guapísima, nada más entrar en su casa.
– Nada – dice Mario – hablaba con Marta mientras tú llegabas.
– ¿Quién es Marta?
Entonces Mario empieza a explicar su historia con Marta, cómo se gustaban, lo bonita que fue la historia, pero que ahora son simplemente amigos, aunque ella a veces intente algo más.
A Julia le parece bien, todos tenemos un pasado, y ella no ha sido precisamente una monja en su época de caza. Es entonces cuando Mario dice:
– Anda, me ha comentado un estado de FaceBook Clara.
– ¿Clara? – dice Julia.
– Sí, una chica con la que estuve, mira qué guapa es… – dice él.
“Pues sí” dice María para sí misma, “Este hombre me vuelve loca… de los nervios”.
– No has dicho nada de mi traje y mi peinado, ni me has dado un beso – dice Julia, cada vez más nerviosa.
– ¿Me ves que haya parado? ¡Podrías ayudarme a poner la mesa, anda!
Todo esto sería soportable, sino fuera porque, cuando ocurre al revés, Mario no pasa ni una. Julia trabaja como enfermera, y muchas veces, tras una larga guardia, le gusta tomarse algo con sus compañeros de trabajo.
– He estado tomando algo con Rafael, mi compañero de trabajo – dice ella.
– ¿Y qué? ¿Te lo has tirado? – pregunta Mario, más niñato que villano.
– ¿Perdona? – pregunta Julia sin entender nada.
– Nada, yo me entiendo…
– Debes ser el único, hijo… – dice ella cada vez más hartita.
– ¿Qué dices? – pregunta él, que no es capaz de soportar que alguien le haga réplica a sus afilados comentarios.
– Nada…
Empiezan a cenar, y Julia le comenta lo guapo que está esa noche.
– Gracias, aunque seguramente no tan guapo como tu compañero de trabajo. – dice él, mordaz.
– O yo como alguna de tus amigas de FaceBook – dice ella, ya hasta la coronilla.
– Yo no soy como tú, yo no tonteo con todos – responde el niñato.
– ¿Se puede saber qué te pasa?
– No quiero hablar del tema.
Y obviamente, no se habla más del tema. Seguramente sus padres no le enseñaron a respetar ideas ajenas, y santificaban todas las opiniones que él expresaba. Ahí tenemos el resultado.
Si todo esto lo metemos en un saco, y lo repartimos durante cada día, cada semana, cada mes… es posible entender que Julia cada vez está más agotada. Llama a sus amigas y se queja “Es que es tan inmaduro”, dice Julia al borde del llanto. Y lo es, es innegable, pero seguramente, como ya adivinaréis, si hubiera pensado en otra palabra más acertada, habría expresado: Cromagnon emocional.
Laia no recuerda cuándo fue la última vez que durmió de un tirón, sin preocupaciones, sin miedos, sin esa necesidad de levantarse cada cinco minutos para fumarse otro cigarro.
Su relación con Fran estaba gastada, quemada, y parecía que ella era la única que lo veía. El principal problema, la personalidad de su novio, más de gallo de corral que de hombre.
Todo iba bien, él era atento, cariñoso, divertido… hasta que surgía una situación en la que debían interactuar con otras personas, sobretodo sus amigos.
Entonces él adquiría una posición de: “Mi piva me tiene contento, ya me entendéis… con ella no paso hambre, cocina y come bien… ya me entendéis”. Al principio Laia reía esas gracias, poco a poco esas risas fueron sonrisas, luego arqueaba las cejas, divertida, y al final miraba al suelo y se tocaba el pelo, pensando “Quiero estar en mi casa… sin él”.
Cuando iban a una cena con amigos, o a algún evento juntos, él se preocupaba en que ella fuera guapa, elegante, divertida… la cosa cambiaba cuando ella salía por su cuenta, con sus amigas… le controlaba la última hora en la que se había conectado, sus vestidos, los lugares a donde iba, la hora a la que llegaba, y casualidades de la vida, cuando Laia salía hasta tarde, a él se le ocurrían mil planes que hacer al día siguiente, prontito.
– Esta noche saldré con los amigos ¿nos vemos mañana? – pregunta Laia.
– Claro ¿nos vemos a las diez?
– ¿De la mañana? – pregunta Laia, extrañada.
– ¡Claro! Me apetece mucho verte, quiero pasar todo el día contigo – dice Fran, encantador.
– Pero llegaré sobre las seis o siete a casa, tendré que dormir algo… – dice ella.
– Ah, claro, lo entiendo… no te preocupes, cada uno tiene sus prioridades. Las tuyas son salir a emborracharte con tus amigos, la mayoría hombres – dice él, con esa voz ensayada al milímetro.
– ¿Tienes algún problema con que sean hombres? – dice ella.
– Era broma, pásalo bien amor – dice él cerrando la conversación.
Pero ella se va a comer la cabeza, y ambos lo saben ¿Estará dedicando demasiado tiempo a sus amigos? ¿Estará descuidando a su novio? Y lo más importante… para una vez que su novio se mostraba activo y cercano ¿Iba a desaprovecharlo? ¡Qué egoísta era ella!
Poco a poco, Laia dejó de dar tantas explicaciones, y cuando él empezaba a desvariar, presa del miedo, del pánico, o de su propio victimismo, Laia, aspirando lentamente y pensando “Ya empezamos…”, decía “Sí, saldré. Tengo que dejarte cariño, hablamos luego”. Y no daba cabida a las artimañas de su amado.
Lo hablaba mucho con sus amigos, y Laia sabía que ella cada vez era más dura, menos permisiva, pero ya no lo aguantaba más… entre copas, diversos calificativos se pusieron encima de la mesa, aunque el que más se acercaba a esa actitud de Fran, era: Cromagnon emocional.
Todas y cada una de estas formas conductuales del Cromagnon emocional, vienen marcadas por un denominador común: la falta de empatía. Seguida de su primo lejano: la falta de autocrítica.
Nos encontramos ante personas, mayoritariamente hombres, que han crecido y se han desarrollado con una idea del bien y el mal muy delimitada por ellos mismos, y que, debido a la educación que han recibido, las cosas que le han aguantado, y los amigos que le han dorado la píldora, no han sido capaz de preguntarse nunca a ellos mismos ¿Me estoy equivocando?
Creen que todo lo que ocurre o sucede a su alrededor tiene que ver con ellos. Si ella, por ejemplo, se toma tiempo libre para ir a tomar una cerveza, él creerá que lo está haciendo para provocarle, o, depende el nivel de ego que tenga, para intentar darle celos.
Él creerá que todos sus actos son racionales, comprensibles y perdonables, desde un comentario fuera de tono, hasta una leve infidelidad. Sin embargo, no tiene problemas en ponerse la toga y juzgar y castigar a las otras personas por un hecho mucho más leve que los suyos.
Es autocomplaciente, y cree que si necesita algo, debe mover ficha para conseguirlo, a pesar de que ello conlleve hacer daño a la otra persona.
Es cruel, y cada vez que hace daño, se repite que es que él es así, y, además le encanta. Es un tío tan libre y raro, que afortunada será la mujer que lo entienda. Cuando la realidad debería ser que se encontrara con alguien que no le tuviera miedo, y le dijera: “No eres libre y raro, eres gilipollas. Las mujeres no te entienden, te soportan”.
Es cariñoso, afable y romántico, pero si estamos atentos a las señales, estas conductas tan humanas y positivas sólo ocurren cuando alguien le dice “Hasta aquí”, o si ve que el juguete (persona) con el que se entretiene (se tira) está cerca de marcharse y dejarle solo. Una vez estas conductas se perdonan, vuelve a su hábitat natural. Vuelve a la cueva.
Hace sentir culpable, y tras cada pelea te genera un pensamiento recurrente: “Con la suerte que tengo de estar con él, y no lo valoro”, o “Pobre, si en el fondo le gusto”, o la más temida y peligrosa de todas “¿Estaré exagerando?”. La más peligrosa, porque esto hace que la próxima vez no “exageres” tanto, y bajes el nivel de tu límite, tolerando aún más sus tonterías. Te ha ganado. Te ha llevado hasta la cueva. Prepárate para llorar y cocinar.
Por lo general, suele tener una relación de amor-odio con su familia, sobre todo con su madre, y la mayoría de veces que discute con ésta, es porque no le ha consentido un capricho, o le ha dicho algo que le ha sentado mal al señorito de la casa.
Hay que estar bien atentos, porque, como bien sabéis, el hombre de Cromagnon existe desde hace millones de años, y tienen mucho entreno.
¿Has discutido alguna vez con él y luego has pensado que toda la culpa es tuya?
¿Te has ido a dormir enfadado o enfadada, y no has podido pegar ojo hasta que no te ha enviado un mensaje bonito?
¿Pasas el día nervioso o nerviosa, mientras él se comporta como si nada?
¿Discutís por su culpa, y aún así te sientes culpable porque él estará mal?
¿Mete la pata hasta el fondo y luego adquiere un rol de despechado y herido, y acabas disculpándote?
¿Te hace sentir mal por hablar con otras personas?
¿Te hace sentir menos guapa y válida que lo que realmente eres?
¿Te repite alguna que otra vez que no necesita tu apoyo o tus opiniones?
La lista es larga, y dura, pero si has contestado que sí a varias de estas preguntas ¡Estás dentro de la cueva!
La solución es sencilla, aunque larga. Párate a observar, dale una oportunidad, pero apunta mentalmente cuáles son esas cosas que te sacan de quicio, las que no soportas, y cuáles son esas cosas por las que discutís, y cuántas provoca él (serán la mayoría). Si ves que estás más cerca de dormir en una cueva, que en una cama, la solución es sencilla. Piensa cómo te sentías y te veías a ti mismo o misma cuando no estabas con él, y cómo te hace sentir él ahora.
Es la prueba de fuego. Da miedo. Pero merece la pena intentarlo. Dentro de la cueva hace mucho calor, y aún queda sol que disfrutar.
Ana volvió a verse inmersa en otra discusión con él. Esta semana era la cuarta. Ya no aguantaba más. En plena pelea, por algo que ella aún no sabía ni de dónde salía, ella dice:
– Es que no te aguanto, no te digo lo que estoy pensando porque…
– Yo también lo he leído en El Hueco Educativo, quieres decirme Cromagnon emocional – dice él, orgulloso y altivo.
– ¡Vete a la mierda! – dice ella sonriendo.
– ¿Cómo? – dice él incrédulo – ¿De qué te ríes?
– Que eso era lo que quería decir: ¡Vete a la mierda!
Levantándose del sofá, se acomoda bien el escote, se coloca los zapatos, se pone las gafas de sol, y se va.