Podríamos definir educación como el proceso multidireccional mediante el cual se transmiten conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar.
La educación forma parte de nosotros, aprendemos porque sí, por curiosidad, por motivación, por interés, por imitación (dejando a un lado la obligación). Desde pequeños aprendemos; aprendemos a meternos la mano en la boca, a coger objetos, a mamar del pecho de la madre, a gatear, a caer y levantarnos, a volver a levantarnos, a volver a caer, a caminar, a reflexionar…
Aprendemos el arte y la belleza de la literatura, las difíciles matemáticas, la enrevesada historia, las (con perdón) aburridas física y química…
Aprendemos. Aprendemos. Aprendemos. Pero ¿toda educación se basa simplemente en aprendizajes innatos y humanos, o educativos y formativos?
A veces se nos olvida que quizá no somos tan inteligentes como pensamos. Pues quizá las materias anteriormente citadas las dominamos bien, pero contamos con el gran hándicap de la educación y del hombre (Hombre como humano, no como masculinidad): los valores.
¿Aprendemos a perdonar? ¿Aprendemos a pedir perdón? ¿Aprendemos lealtad? ¿Aprendemos sinceridad? ¿Aprendemos tolerancia?
El ser humano se caracteriza por el concepto conocido como simplicidad. Aprendemos lo que no nos cuesta, lo que nos parece sencillo, seguro, no arriesgado. Al igual como el mono aprendió que por los árboles se movían con más rapidez, o el cocodrilo que en las orillas se caza mejor ¿Tanto creemos diferenciarnos de los animales?
No creo ni apuesto por una educación impartida entre cuatro paredes en un centro educativo. Ni por una formación facilitada en una empresa a cal y canto.
Creo que la educación se vive. Se respira. Se crea. Se comparte. Se siente. Se implanta.
Os diré para mí lo que es educación de verdad.
Hará unos días llegué a casa sonriendo, contento, animado, y le expliqué a mi compañera de piso a qué se debía. Esa mañana salí a correr como de costumbre por el parque situado cerca de mi casa. Al llegar a una de las fuentes me detuve, y vi la escena de un niño con su madre. Éste lloraba. Ella le decía que no debía llorar porque no era un bebé (sólo le faltó decir “y los hombres no lloran”). El motivo: al niño se le había escapado un globo.
Lo que pasó y vi a continuación no fue por casualidad. Yo vi a ese hombre, y vi el objetivo que tenía, así que me paré a ver. Un hombre, totalmente desconocido para la madre y el niño-hombre que no llora, se acercó a ellos con un globo que acababa de comprar, y se lo entregó al niño. Éste lo cogió con sorpresa y alegría, y dejó de llorar al instante.
La mujer agradecida le dijo que no tenía por qué hacer eso, y que cuánto le debía. El hombre dijo que nada, que era un regalo para el niño que se había quedado sin globo. Y se fue.
Ese sería un concepto muy cercano a mi idea de educación.